viernes, 9 de septiembre de 2011

Advertencia al curioso lector.
Cualquier parecido con la coincidencia, es sólo una realidad.




DESTINOS PARALELOS

(Capítulo 2º, extraído de, LA VIDA SECRETA DE CENICIENTA)



En esos tiempos de la Edad Media Cenicienta aún no era conocida, porque Cenicienta… acababa de nacer.
Aquel día era fiesta en el castillo. Bautizaban al primogénito de los duques. Y el acontecimiento se celebró por todo lo alto. Sin distinción de rango ni clase social, en un gesto que hoy se hubiera considerado democrático, fueron invitados todos los habitantes del castillo y la aldea.
Hubo música y bailarines. Llegaron payasos y volatineros. Y, cómo no... otro signo más que señalaba a Cenicienta entre los elegidos de los dioses: no faltaron los trovadores y juglares. La única que no pudo asistir fue la madre de Cenicienta, pues estaba en pleno proceso de alumbramiento de nuestra protagonista.
Su madrina, no presidió el nacimiento de Cenicienta, (tal y como hubiera sido su obligación de hada madrina) Se había marchado por asuntos profesionales a una isla perfumada por cocoteros y palmeras, de la que no regresaría hasta unos treinta años después, cuando Cenicienta se acercaba a su propia edad media. Motivo por el cual, durante todo ese tiempo, Cenicienta se vio privada de sus dones (de los dones de su hada madrina, queremos decir) Este fue el segundo traspiés de nuestra heroína. Con los años, Cenicienta consideró su primer revés, el no ser un miembro más de la casa ducal.
Rastreando en sus orígenes, en la actualidad podría decirse que los padres de Cenicienta se dedicaban al pluriempleo.
Al padre de Cenicienta, el señor Duque le había asignado la tarea de abrir y cerrar las puertas del castillo amén de, con otros guardianes, vigilar quienes entraban y salían del edificio; pero además era recadero, mensajero, ayudante del herrero... etc. Por su parte, la madre se dedicaba al servicio doméstico: lavandera, freganchina, y otras tareas propias de su sexo y condición.
Pero, en fin... volvamos al festín. Con el trajín de los festejos y con el gran trasiego de gente, prácticamente había desaparecido el control de la guardia, circunstancia que aprovecharon unas malvadas brujas camufladas entre el gentío para introducirse en el castillo. Y, como no hay dos sin tres, este fue el tercer hecho infausto que le ocurrió a Cenicienta en tan corto lapso de tiempo.
Las brujas, que estaban aburridas, se dedicaron a recorrer todas las dependencias del castillo. Amparadas por su facultad para hacerse invisibles, fueron a dar hasta la habitación donde la madre de Cenicienta estaba de parto. Curiosas, asistieron al evento, hasta que Cenicienta dio sus primeros vagidos.
Molesta por los gritos de dolor de la madre y el llanto de recién nacida de la niña, una de las brujas -especialmente maligna- les dijo a las otras dos, ... "ahora vamos a jugar a, El Juego de, El Hada Madrina..." "voy a actuar como si yo fuera su hada madrina..." ... "ya veréis qué divertido..."... Y, dirigiéndose a Cenicienta, le recitó   este oscuro ripio,
"... a fe mía
      que la chirimía
      la sodomía
      la apostasía
      y la fantasía
      serán tu manía"...
y, mirando con malicia a sus compañeras, añadió ..."... querida niña... voy a traspasarte parte de mis poderes...". Automáticamente, a  la bruja le desapareció una de las numerosas verrugas que tenía en su apéndice nasal, al tiempo que a Cenicienta empezó a insinuársele una protuberancia en su naricilla. Además, no contenta con esta broma de tan dudoso gusto, la bruja inspiró a nuestra heroína una violenta e insana pasión por algunos insectos, especialmente hacia las moscas.
Perseguida por il fatum, siendo todavía un bebé diminuto y regordete que no sabía hablar y aún gateaba, Cenicienta empezó a comer moscas. Estos dípteros forjaron la constitución y el carácter de nuestra protagonista.
Papar moscas presagiaba los altos vuelos del espíritu y la altura de pensamiento que marcarían la vida de Cenicienta, sólo comparables a la distancia desde el suelo hasta el aire, que alcanzan, en su revolotear, dichos insectos. En cuanto a su aspecto físico, de pequeña Cenicienta era más bien gordita. Con los años no es que pudiera afirmarse tal cosa, pero en su corta estatura, conservaba el aspecto blando, fofo, grasiento, redondeado y la impresión de suciedad que nos produce cuando vemos una mosca.
El Señor de las Moscas se sintió ofendido al saber que Cenicienta consideraba a sus amadas criaturas como la más importante fuente de proteínas en su régimen alimenticio y juró vengarse, haciendo suya a la pequeña. Para ello, encadenó a Cenicienta al mundo de la Materia, dotándola además de una tontuna y enajenación mentales, que alteraban permanentemente, el ya de por sí precario equilibrio psicológico de la inocente criatura.
Así mismo, por una especie de ósmosis con esos insectos, Cenicienta se vio azuzada por una irresistible comezón. Era incapaz de permanecer quieta y sentada, más de unos pocos minutos. Tenía que levantarse y, de forma compulsiva, imitaba los movimientos en zigzag de las moscas.
Era el suyo, un ir y venir constante... un continuo sinsentido.
La expresión externa de este desasosiego interior, torturaba los nervios de todo aquel que estuviera a su lado. Por eso, se llegó a tachar injustamente a Cenicienta de maleducada y grosera, cuando sólo era una pobre víctima de sucesivas maldiciones.
Por otra parte, era imposible ignorarla. A pesar de su físico insignificante,  y al igual que los mosquitos, los tábanos, las avispas, y las moscas que martirizan a los animales de tiro en sus tegumentos procreativos..., Cenicienta zumbaba alrededor de la persona o personas, de su interés; los aguijoneaba, los pinchaba con una persistencia digna de mejor causa; los sobaba, los manoseaba con sus patitas, hasta que alguno más débil mental que el resto, sucumbía a sus encantos.
Como todos los seres raros y maravillosos, casi desde su nacimiento dio señales de su precoz genio.
Cenicienta, entre otras cualidades, había nacido con una especialmente valiosa y práctica. Si quería conseguir algo de alguien, mediante su sonrisa y el halago persistentes, algunas veces lo conseguía. Esa fue la táctica que empleó con la Duquesa, quien ejerció una especie de mecenazgo sobre la pequeña. Así, Cenicienta aprendió a leer con los hijos de los Duques a los trece años, hecho inusual en una niña de origen plebeyo. Cenicienta se envaneció con sus dotes para las letras, y constantemente hacía alarde de sus conocimientos ante su madre.
  ¡Mamá, -le decía- mira lo que he escrito!
  ... "Esta mañana
       desde mi ventana
       atrapé una rana"...
  o esta otra rima, tan afortunada como la anterior,
  ... "La mosca feliz
       se comió una lombriz"...
  ... "Niña, déjate de pamemas *. -Le decía su madre, con el duro sentido práctico de todos los rústicos- Más te valdría ayudarme a darle de comer a los cerdos"...Esta respuesta reiterada de su madre la entristecía, pues lo único que le gustaba de los cerdos, era el jamón.
Las relaciones con su madre fueron deteriorándose, ya que Cenicienta la odiaba, además de estar secretamente enamorada de su padre. Y aunque éste quería a la niña, tampoco la comprendía. Esta situación de incomprensión familiar, produjo una insalvable distancia entre ella y sus progenitores, demasiado ocupados en sus labores como para prestarle atención, a ella y a sus poemas.
Cenicienta fue encerrándose en sí misma, alejándose cada día más y más de la realidad. Incluso se inventó un mundo propio, hasta el punto de llegar a creer que, en realidad... ella era hija de su padre y de la duquesa.
Para reafirmar este supuesto, se construyó un gorro en forma de capirote, a fin de imitar la elegancia de la que imaginaba ser su madre. Cenicienta consideraba que el capirote le daba un toque de distinción y aumentaba su corta estatura, evitando además, que se le escaparan las ideas.

* Algunos lingüistas actuales, después de devanarse los sesos sobre la génesis de poema, creen que puede tener su origen en la palabra pamema, que tanto empleaba la madre de Cenicienta y que, a su vez, podemos asociar con nuestra heroína y sus poemas

Así mismo, le cambió al pastor del pueblo, uno de sus poemas escrito en pergamino, por la flauta que éste tenía. Y con ella entonaba alegres melodías.
Cenicienta no se quitaba el capirote ni para dormir, ni soltaba la flauta un segundo. Por lo cual, los niños más crueles de la aldea, empezaron a tirarle piedras y a insultarla, ..."¡Eres una tonta de capirote..., tonta de capirote”!... le gritaban. Pero, Cenicienta era impermeable a esos insultos; los consideraba producto de la envidia y la ignorancia de aquellos palurdos y, en su fuero interno, los despreciaba.
Ahora volvamos al núcleo familiar.
Sus padres, alarmados ante el cariz que iban tomando los acontecimientos, barruntaron que en cualquier momento el brazo seglar de la Iglesia podía hacer acto de presencia en la vida de Cenicienta, con unas consecuencias impredecibles, pero a buen seguro muy desagradables para nuestra protagonista. Podían llegar a acusarla de herejía o de estar poseída por el demonio.
Para evitar males mayores, a falta de instituciones más adecuadas en aquellos tiempos y, con la intercesión del señor Duque, -que apreciaba a sus vasallos, los padres de Cenicienta- decidieron enviarla a un convento.
Al carecer de patrimonio financiero, en cuanto llegó le dieron los más duros trabajos de la cocina y el huerto. La joven, vio como iba malográndose su talento. Ella ambicionaba ser copista de manuscritos, y poder escribir y componer hermosas antífonas en honor de Nuestra Señora, la Virgen María.
Para conseguir sus propósitos, trazó un plan.
Había observado en algunas ocasiones, las relaciones entre dos novicias y, en su inocencia, creyó que todas las mercedes que las novicias recibían de la madre abadesa, eran producto de ese tipo de relaciones. Cenicienta, se dispuso a seguir el ejemplo. Y en cuanto tuvo oportunidad de acercarse a la madre superiora, intentó ganarse sus favores con adulación, acompañando sus palabras de gestos equívocos. La madre superiora reaccionó en contra de lo esperado por Cenicienta, y la envió a limpiar las letrinas. Su aguda sensibilidad no pudo soportar tan sucia tarea, y decidió huir de aquel lugar.
Antes de fugarse, pudo recuperar el capirote y la flauta, que las monjas le habían requisado a su llegada al convento, y una noche sin luna logró saltar las altas tapias del edificio. Esta hazaña casi le cuesta la rotura de una pierna, aparte de numerosos arañazos, pues al atravesar el muro se le enredó el capirote en las ramas de una higuera, de la que Cenicienta no tenía constancia, y ella misma estuvo a punto de quedarse colgada -de la higuera- para siempre.
Felizmente, consiguió zafarse del árbol y rescatar el capirote. Acompañada de sus dos pertenencias más preciadas, -el capirote y la flauta- prosiguió su aventura.
Con el tiempo, no recordaba muy bien cómo había sucedido la anécdota de su fuga del convento; aunque más tarde llegó a asegurar, valiéndose de su fantasía y en una licencia poética... haberse escapado, volando.
Caminó toda la noche sin rumbo, pues no sabía dónde estaba ni a dónde podía dirigirse. Con semejante caminata empezaba a tener hambre, pero era feliz porque se sentía libre. Ya casi amanecía, cuando vio las luces de las hogueras de un campamento. A medida que iba acercándose, se dio cuenta de que se trataba de una compañía de cómicos. Con sus carromatos habían formado un fuerte en forma de herradura y, por la entrada al fortín, hacia el fondo, se divisaba un entramado de madera que parecía ser el escenario. También se distinguía claramente, en lo alto del escenario, en un cartel pintado con grandes caracteres góticos, el nombre de la compañía teatral,"EL RETABLO DE MAESE RINALDO", y debajo de éste en letras más pequeñas, "Rey de los cíngaros"...
Allende los mares, al otro lado del Atlántico, el Príncipe languidecía aquejado de una extraña melancolía, y sólo salía de su ensimismamiento, para ejecutar de puntillas pasos de ballet con sus amigos y para componer versos.
Había rechazado una tras otra, a todas las doncellas casaderas del reino. La Corte, estaba hondamente preocupada, porque al príncipe hacía ya años que se le había pasado el arroz y, de seguir así, pronto se agotarían las escasas perspectivas para una próxima sucesión al trono. Presionados por los cortesanos, sus padres tomaron la determinación de consultar a los dioses. Fueron a hablar con el Gran Sacerdote del templo, y éste creyó encontrar la solución al problema.
Se avecinaba la fiesta anual del país, en honor de Huitzilpoctli. En una ceremonia expiatoria y a la vez propiciatoria, se sacrificaban cientos de prisioneros; de entre éstos, destinaron al más apuesto y varonil para un rito de fertilidad, seguros de transmitir al príncipe mediante la magia por empatía, las cualidades de la víctima (sobre todo, la capacidad reproductora del prisionero, quién bajo tormento había confesado ser padre de veinte hijos legítimos, y otros tantos, naturales)
El Sumo Sacerdote, regocijado por su propia inteligencia, -la, de él- se frotaba las manos al pensar que, con esta solución tan brillante que se le había ocurrido -a, él- mataba dos pájaros de un tiro. Por una parte, resolvían el problema de la virilidad del príncipe... y, por otra, podían averiguar cual era la candidata más idónea, para ser la esposa del heredero de la corona.
Y llegó el día señalado por los astrólogos. En un ritual donde participaba todo el pueblo, fueron sacrificados uno tras otro, todos los prisioneros, dejando para el final al cautivo que redimiría al príncipe.
Sobre un altar de piedra yacía el prisionero. Entre salmodias, cánticos y drogas inductoras del trance, y con la fría precisión de un matarife profesional, el sumo sacerdote empuñó el cuchillo de obsidiana y arrancando el corazón del prisionero, lo elevó al cielo en busca de la respuesta del dios. Entonces a coro, los profetas leyeron sus entrañas aún calientes, y en la neblina del vaho que éstas despedían, vieron  a Cenicienta, e interpretaron que el capirote se trataba de una corona real, de lo cual dedujeron que la poseedora del capirote, -Cenicienta- era de ascendencia noble y, la única capaz de asumir con dignidad, el papel de reina consorte.
En vista de lo visto, los augures sentenciaron que el príncipe debía partir en búsqueda de Cenicienta, cruzando el mar hacia el país de los bosques y los conejos.
De esta forma, quedaron sellados los destinos de Cenicienta y
el Príncipe.
Y, esta es la historia, señores... Espero que le haya gustado a vuesas mercedes, y en nuestra próxima visita este pueblo, contaros otra de las famosas aventuras de, LA VIDA SECRETA DE CENICIENTA.

 
© para yogures y cromos: belén tejedor pascual


 












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