viernes, 2 de septiembre de 2011


Encuentros

 


Hará de esto, unos nueve o diez años. Yo vivía todavía en el centro de la ciudad de  Madrid.
Mi personaje parecía salido de un cuento de Las Mil y Una Noches, procedente quizá, de un pueblo remoto de las montañas del Atlas. Le faltaba un brazo, era tuerto y tenía la nariz cortada –Entonces recordé, que en los países islámicos a los ladrones suelen cortarles la nariz o, las manos- De aspecto físico descuidado y sucio. Su expresión torva, taimada y malencarada, denotaban una existencia y un pasado turbulentos. Ya me había venido fijando en él desde hacía dos o tres años, -Lo cierto es… que no creo que pasara desapercibido para nadie- en aquella época parecía moverse por la Zona Centro o, en el Metro. Aún desconociéndolo todo sobre él -salvo su expresión física-  me inspiraba miedo y aprensión.

Ese miedo y aprensión llegaron al límite, el día que según volvía del Parque del Retiro con un amigo, en uno de los vagones del Metro -atestado de gente- el hombre de la nariz cortada se puso a nuestro lado. Le advertí a mi amigo al oído que estuviera vigilante. Como decía, en el vagón íbamos como sardinas en lata y el norteafricano de vez en cuando parecía tropezar conmigo de forma casual e inevitable, por la falta de espacio y los giros tan bruscos del tren. La prudencia que le recomendé a mi acompañante, no la apliqué para mí; tendría que haberme cambiado de sitio, pero pensé que toda la gente es inocente mientras no se demuestre lo contrario, y no me moví de donde estaba. Cuando llegamos a nuestra parada y salimos a la superficie, le dije a mi amigo que buscara en su bolsa, y comprobara si tenía todas sus pertenencias. Me dijo que sí. Por mi parte hice lo mismo. Sin sorpresa, constaté que me faltaban documentos, el DNI, el abonotransporte
-entre otros- y la cartera. Denuncié la sustracción en la comisaría de mi barrio, y poco después me olvidé del incidente.

Desde hace cinco años vivo en el barrio de Chamberí, y ahora otro personaje fascinante es motivo de mi curiosidad. Se trata de una mujer de edad indefinida, que más que bajita, se diría que ha tenido problemas de enanismo. No sé exactamente cuanto medirá, pero calculo que alrededor del metro de estatura. Esta mujercita tiene un rostro muy agradable. Usa gafas transparentes, grandes, casi cuadradas y tiene una mirada limpia, franca, abierta, feliz y sin complejos. A su manera modesta y discreta es coqueta, y va siempre muy arreglada. Parece un hada buena.
Y aunque no nos conocemos, ni sabemos nada la una de la otra, cuando coincidimos en unos grandes almacenes de Arapiles o por la calle, me sonríe entre pícara y bondadosa. Yo le respondo en los mismos términos, y alguna vez he sentido ganas de abrazarla y darle un beso, como si fuera una amiga muy querida.

Después de aquel –anunciado- robo en el Metro, no he vuelto a ver al hombre de la nariz cortada. No sé si ha regresado a su país, si lo han encarcelado o, si ha desaparecido… en una noche donde la única luz que brillaba era la de las navajas.
En ocasiones, me gusta pensar que no está totalmente perdido, y que algunas veces se encuentra en los jardines del Campo del Moro con el hada buena pequeñita, y ésta, además de una de sus encantadoras sonrisas, le regala un manojo de flores silvestres con su mano derecha, mientras que, como en un cuento oriental, con su mano izquierda le tiende un pequeño canto  mágico, modelado por las aguas… un guijarro que, semejante a una piedra preciosa, desprende luz y esperanza.

© para yogures y cromos: belén tejedor pascual

No hay comentarios:

Publicar un comentario